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El primer Teatro Municipal

Este grabado de 1861 corresponde al interior de la Sala Principal del primer Teatro Municipal, que se quemó durante un feroz incendio en 1870. La misma tenía una serie de diferencias con el actual, pero también mucho del estilo que se ha mantenido por más de 150 años. Por ejemplo, puede verse que los palcos eran cerrados, aunque luego se abrieran para que la gente viese mejor el escenario desde cada uno de sus asientos.

La construcción del Municipal de Santiago llevó cerca de ocho años, desde decretarse la existencia de sus fondos en 1849 hasta la conclusión y presentación en sociedad en 1857. En 1852 se comenzó a derribar la antigua Universidad de San Felipe, cuando ya los planos del Teatro estaban avanzados. A cargo estuvo el arquitecto Francisco Brunet de Baines, aunque no fue el primer postulante. También Alejandro Cicarelli, director de la Academia de Bellas Artes, presentó un diseño propio.

Junto a él trabajó Luciano Henault, quien tuvo que tomar la dirección completa del trabajo cuando murió en 1855 Brunet de Baines. Esto fue de vital importancia para la reconstrucción en 1873, cuando después del incendio Luciano Henault retomó los planos originales del Teatro, que él había guardado. Por su parte Raymond Monvoisin, otro reconocido francés, fue de la idea de importar todo el mobiliario desde Europa, incluyendo el Telón diseñado personalmente por Henri Philastre, quien luego vino a Chile enfrentándose a la entrada de Santiago con un grupo de bandoleros, a quienes venció en batalla campal. Además, fue idea de este francés la decoración del foyer principal, de blanco con trozos de cobre intercalados. Uno de los detalles más interesantes lo propuso el arquitecto chileno a cargo junto a Augusto Charme de la ingeniería, Manuel Aldunate, quien ideó el sistema de gas para la iluminación, nunca visto en Chile.

Para la administración Municipal terminar pronto el Teatro era de urgencia, ya que pequeños recintos estaban surgiendo por toda la capital, incluyendo el Variedades, el Lírico y el Teatro de la República, el más respetado de entonces. Debido a las deudas, los 30 mejores palcos fueron entregados por vida a 30 familias destacadas de la capital, con sus llaves y el compromiso de costear las entradas a beneficio. Con los años, esto significó una gran falta de ingresos para los empresarios, que quebraron una y otra vez durante el siglo XIX. Finalmente, el teatro había costado 600 mil pesos de oro y cuarenta y ocho peniques, con capacidad para 1848 personas.

El teatro original es descrito por Ramón Subercaseaux: «Los palcos del primer orden corrían haciendo huecos en el zócalo que sostenía un cuerpo superior de columnas corintias: estas se alzaban en seguida, correspondiendo a su desarrollo el del segundo y tercer órdenes de palcos. Dada la forma de medio  círculo de la sala, el aspecto de la columnata resultaba notable y monumental. bien que los espectadores se quejaban que las columnas obstruían la vista al proscenio. El cielo raso de la sala se apoyaba bien en la arquería curva y en los miembros superiores que seguían a los capiteles: estaba decorado por pintores que debían ser muy capaces, y desde un hueco redondo del centro se veía colgar una gran araña de bronce dorado con lágrimas anchas de cristal». En el ferrocarril se señaló que «reune una soberbia y pomposa ornamentación. Las decoraciones son magníficas y de un efecto sorprendente. El golpe de vista encanta y uno se siente transportado a alguno de esos grandes teatro de París i de Italia«.

Claudio Gay, por su parte, señalaba que «al centro de la sala colgaba majestuosa una enorme lámpara de gas, de cristales de Baccarat, que había costado por sí sola 20.000 francos. En los costados, unos 135 mecheros de gas pendían a la altura de los palcos». Sin duda, en Chile no se había visto cosa igual.